jueves, 3 de julio de 2008

Cuando hace falta que te cambien las tapas

Queridos y queridas jóvenes y jóvenas… Ya sé que fue noticia la semana pasada, pero sigue gustándome el efecto… Me encuentro de nuevo aquí para compartir mi miedo. Hoy voy al zapatero, a que me cambien las tapas. Que traducido al lenguaje común, es ir al dentista a que te hagan una endodoncia.

Cuando descubrí el mes pasado que tenía una Bat-Cueva en mis molares no me sentí dichosa…más bien pobre. Una vez superados los 200€ de la gracia, queda sólo el miedo. Cuando era todavía un zapatito de suela blanda, como los de bebé, disfrutaba con cierto sadismo de mis visitas al dentista. La lámpara que usaba el mío en concreto tenía una pieza metálica que reflejaba lo que ocurría en mi boca, y a pesar de que me pedían constantemente que cerrara los ojos, yo seguía allí, plantada con los ojos como platos disfrutando el espectáculo. A veces me quedaba dormida…

Ya no es así señores. El zapatero me infunde respeto y me hace sentir humillada. Me echan la bronca y me hacen sentir la mujer más gorrina del barrio. ¡Pero no es culpa mía! ¡Es mi esmalte defectuoso! Es como un zapato de charol, bonito, pero delicado.

Esta noche, cuando parezca Al Pacino gracias a la anestesia ( la última vez, estuve con el labio torcido…durante 4 horas), aun habrá alguien que venga a visitarme…porque no hay nada mejor que dar un poco de pena para que te mimen. Y recordemos…las pantuflas también necesitan mimos.

Pero no nos engañemos. Soy una pantufla traicionera. Si me usan mucho, empiezo a jumear a queso…y necesito una catarsis…una pasada por la lavadora y como nueva. Y es que aunque mi post de ayer os haya podido inducir a pensar que estoy falta de cariño y soy como un tristón que sólo busca un amiguito, en verdad no soporto mucho el contacto con otros zapatos. Prefiero mi soledad debajo de la cama, con mis amigas las pelusas.

Hasta otro ratito, cuidarse eign?

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